Vie. Abr 26th, 2024

Al contemplar hoy día, en muchos ambientes, a esos jóvenes que son la belleza, la fuerza, el ideal, la esperanza, la conciencia de la sociedad y su futuro, pero que se encuentran atraídos por mil futilidades, por metas efímeras, por naderías, por cosas exteriores y sin importancia, he experimentado no poca tristeza y desilusión y he pensado mucho en aquellos que siguen una línea de lucha, de trabajo, de generosidad y de fidelidad, llamados a ser la sal y la luz de esta juventud.

 

Cuántas mentes juveniles vegetan en la penumbra, en el crepúsculo, en la incertidumbre penosa. Se creen libres porque no están sujetos a nada; se creen inteligentes porque someten todo a discusión; se sienten aristócratas porque tienen la enfermedad de la duda que los desvincula de toda solidaridad en el diálogo con los demás y con sus propias certezas. Y todo, porque no conocen ni tienen a Cristo.

 

Por ello, a esta juventud le acecha el peligro de llegar a ser superficial, opaca, privada de horizontes luminosos, escéptica y hasta cínica. Cuántos rostros tristes, macilentos, cansados, somnolientos en ella, y precisamente en ella que es el símbolo de la vida y la alegría.

 

Quisiera invitaros a poner lo mejor de vosotros mismos en este esfuerzo de reconquistar la juventud para Cristo. Y a esta misión os invito a todos, a aquellos que aún lleváis vuestra vida cristiana a rastras, porque no os decidís a dejar vuestro egoísmo, a abandonar vuestra comodidad, a abrir los ojos a las necesidades del mundo; también a aquellos de vosotros que ya os habéis dejado conquistar por Cristo y vivís obsesionados por la misión, dispuestos a no pactar con la mediocridad.

 

A unos y a otros, uniéndonos así al grito de Juan Pablo II, quisiera invitaros a dejarse capturar por Cristo, a que dejéis que Cristo entre en vuestras vidas de una manera decisiva y total, en vuestros corazones jóvenes, en cada uno de vosotros, pues se requieren todas las fuerzas para poder hacer algo por el Reino de Dios.

 

Fuente: Catholic.net